Autocontradicción performativa, gobierno y ecología
Pese a las declaraciones y a los anuncios sobre la necesidad de cuidar el ambiente, tanto las acciones de los gobiernos como de los ciudadanos no se condicen con esos propósitos.
Reconozco que las primeras palabras del título suenan raras, pero también suena raro poner juntos “gobierno” y “ecología”. Aunque los adjetivos “sustentable”, “circular” y “verde” abundan en la autopercepción de los gobiernos municipal, provincial y nacional, a menudo sus acciones muestran una autocontradicción flagrante. Autocontradicción performativa significa eso: que lo que alguien afirma se contradice con lo que está haciendo.
A nivel nacional, hace poco fracasó otra vez el intento de legislar una ley de humedales.
La Provincia de Córdoba subirá agua desde Paraná 400 metros de altura a lo largo de 400 kilómetros, para que llegue un metro cúbico de agua por segundo. No se dice que semejante obra cubrirá sólo la octava parte de lo necesario en la ciudad, ni tampoco cuánta contaminación producirá el gasto energético para subir esa masa de agua, ni mucho menos cuáles son las alternativas.
Las cartas están echadas, los préstamos otorgados y poco importa lo que piense usted, que está leyendo.
La ciudad “circular” cubre de cemento y de baldosas los necesarios espacios verdes, y los intentos una y otra vez abortados de separar la basura duermen en los tachos donde todos tiran todo de manera indiscriminada.
Por último, tenemos a la ciudadanía, todos y todas, quejándonos de lo mal que están el clima, los incendios, el cáncer por los agroquímicos y la contaminación, y la mar en coche, pero acelerando la rueda.
Y los ciudadanos también
Las autocontradicciones no sólo son de los poderes del Estado y sus responsabilidades (incluidas las del Judicial, aunque no lo parece), sino también de quienes votamos.
Hace más de dos meses que quienes habitan Rosario reciben el humo del fuego en los pastizales, que por las noches se ve a simple vista al otro lado del río. Pero importantes funcionarios, como notablemente sucedió la semana pasada a nivel provincial en Córdoba, dicen que la ley de humedales va contra el federalismo.
Además de ser falsa (ya que la Ley de Ambiente y el Acuerdo de Escazú incluyen herramientas jurídicas y obligaciones que habilitan mucho más que las tímidas iniciativas presentadas), esta afirmación de la funcionaria cordobesa parece sostener la creencia de que las crisis ecológicas respetan las jurisdicciones de los mapas. Que los pesticidas que el Paraná arrastra no llegarán a la canilla de las viviendas cordobesas. Que los químicos usados en la minería río arriba no llegarán a las provincias río abajo. Que todo esto es una exageración. Y, sobre todo, que los imprescindibles sistemas ecológicos, en extremo complejos y sensibles, pueden sostenerse, aunque brutalmente les arrebatemos pedazos, sin que se vea afectada nuestra vida.
Por supuesto, queda la pregunta de por qué. La pregunta por los intereses y los motivos. Nuevamente la responsabilidad es amplia, pero no es cierto que sea de todos. Hay personas y comunidades cuyo impacto ecológico es nulo. Pero la mayoría no somos así. Ni mucho menos lo son quienes dañan en su afán de lucro o por su poder económico. Ni muchísimo menos lo son aquellos representantes del Estado, en cargos electivos o no, que se supone que nos deberían cuidar y, sin embargo, parecen estar haciéndoles viento a las brasas.
Emmanuel Levinas decía que el hijo o la hija es el futuro sin mí. Hay que agregar que es el futuro conmigo. Por eso, ¿quienes les ponen en riesgo su futuro realmente son capaces de mirarlos a los ojos? ¿O será que la ceguera por el beneficio propio es tan poderosa que les impide pensar el futuro de sus hijos en sentido amplio, más allá de este u otro bien que se hayan asegurado comprar?
Por Diego Fonti – Investigador del Conicet, Foro Ambiental Córdoba
Fuente: La Voz del Interior